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Miércoles, 9 de octubre de 2024
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PRESENTACIÓN DE JOSÉ BERGAMÍN


Guía bibliográfica realizada con motivo del proyecto de Pedro G. Romero “El fantasma y el esqueleto: Un viaje, de Fuenteheridos a Hondarribia, por las figuras de la identidad”



Parecería que los avatares biográficos de José Bergamín, llenos de contradicciones y contrasentidos, no fueran más que una justificación de la que quizás constituya su máxima expresión poética, la paradoja. No hay manera de entrar en su vida sin atender a su dicho expresado tantas veces y de tan variadas formas, buscar las raíces es una forma como otra cualquiera de irse por las ramas.

Paradójico fue su profesar en el comunismo y militar como católico. Paradójica su relación con la escritura ensayada en géneros de escurridiza catalogación como el aforismo de raíz ramoniana primero y popular y machadiana después. Su manera de abordar la poesía y el teatro, salvo en los sonetos, tiene difícil genealogía también. Ni mencionar siquiera la lucidez de sus textos sobre literatura y arte construídos entre la razón y el delirio. Paradójica fue la relación con los escritores de su tiempo. Su amor y su odio hacia Juan Ramón Jiménez. Su posición inclasificable en el cañoneo académico, como escritor del 27 vinculado al 98, a la generación de la República o a no sé qué canon o qué cajón. La verdad es que sus relaciones con Unamuno, con Machado, con Juan Ramón, con Gómez de la Serna, con Falla, con Lorca, con Picasso, con Buñuel siempre fueron apasionadas. Recordemos que fue el encargado de hacer desde el exilio, la primera edición de las obras completas de Antonio Machado y del Poeta en Nueva York de Federico García Lorca.

Nacido en Madrid acabando ya 1895 y de noche, como le gustaba recordar, vive desde su infancia un clima de convulsiones políticas y religiosas. La actividad política del padre, que llegó a ser presidente del cantón de Málaga, y la vívida fe religiosa de la madre, su casa era una fiesta continua con la práctica del ritual católico que recuerda Bergamín como sus juegos de infancia, conforman en el joven poeta una alegórica visión del mundo. En 1980, sufre una caída que le produce la rotura del fémur, lo cual le lleva a retirarse a Fuenteheridos en la sierra de Aracena, en Huelva, y posteriormente a Donosti y Hondarribia, donde muere en un soleado 28 de agosto de 1983. Su primer recuerdo de la infancia versa también sobre una caída: El descubrimiento de mi esqueleto. Siendo muy pequeño me caí. Me hice mucho daño porque creía que la tierra era blanda y resultó dura. Sentí un gran dolor y lo sentí en los huesos. Esta era la visión que mantenía de su vida, la de una caída continua que le mantuvo dando tumbos de un sitio para otro. Visión mística y peregrina. Vivo, porque no tuve donde caerme muerto, le gustaba repetir.

Esta concepción teológica de la vida, esta visión teocrática del mundo si bien fue una venda en los ojos en los primeros años de su vida –proestalinismo, acusación contra Gide, denuncia del POUM y los anarquistas, etc., se convirtió en un velo protector frente al espectáculo, herramienta de indudable valor para penetrar el nuevo orden del mundo a partir de 1945, después de Auschwitz e Hiroshima. Así se entiende su lúcida posición frente a la huelga asturiana de 1963, su comprensión inmediata de los sucesos de mayo de 1968 en París, su denuncia implacable de la estafa que estaba suponiendo la transición política española. Este antifaz que unas veces es venda y otras velo, atributo de la fe, es también un arma de la paradoja, una pértiga del contrasentido que le permite piruetas increíbles como la de su atrabiliaria identificación con el nacionalismo aberzale desde afirmaciones esencialistas de lo español.

El cruce de caminos entre la tradición áurea, la poesía popular y la vanguardia moderna dan un interés especial a su producción literaria. Tanto en la poesía como en el ensayo recorre con especial acierto estos itinerarios. Por señalar alguna cosa: Fronteras Infernales de la Poesía es una disección acertadísima de la brecha inaugural de la poesía moderna con la radical separación entre retórica y vida; sus escritos sobre tauromaquia, toros y toreros, utilizados como visión poética del mundo del mismo modo que lo hiciera Michael Leiris; y todos sus aforismos cantables, esos pensamientos que inundan toda su producción poética y que son especialmente adaptables para el cante hondo como: "Esqueleto vivo/animado muerto,/sueño de una sombra /o sombra de un sueño,// porque perseguido/porque persiguiendo,/el hombre es un vano/ fantasma del tiempo" en la voz, por ejemplo, de Enrique Morente.

Como señala el filósofo italiano Giorgio Agamben, Bergamín supo plantear alguna de las preguntas fundamentales sobre la cuestión del ¿quién?. Las figuras del fantasma y el esqueleto son las únicas respuestas que encontró aceptables, aunque inasibles, escurridizas y desde luego, paradójicas. Desde ese habitar la paradoja su obra no puede ser más que un acicate continuo contra el orden imperante en el mundo, una caja llena de bombas de humo y fuegos artificiales con que desacreditar la realidad.

Pedro G. Romero

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